jueves, 26 de noviembre de 2009

El precio de una canción

El ejercicio de componer una canción (letra y música), realmente para mí no lo es tal. Me basta disponer de un ratito TRANQUILA, sin distracciones, en el que yo pueda orar, guitarra en mano. A veces las canciones vienen solas y las escribo como si una mano guiara la mía, o una voz me soplara la letra, a veces sólo viene la idea, el tema y es aquí cuando cuesta más hacerla nacer... porque eso sí, yo compongo la letra y la música a la vez. Si escribo sólo letras se quedan en "solo poemas", la música siempre viene acompañada con la letra.

Me sucedió esto en junio. El Secretariado Diocesano de Pastoral Familiar y Matrimonial se reunía en su convivencia de Fin de Curso y nos invitaron (a mi familia, a mi guitarra y a mí). Después de comer, tuvimos sesión de entretenimiento: uno hace magia, una chica canta rancheras, un grupo canta canciones canarias... y a mí, por ahí en medio, me invitan a cantar algo mío. Y durante la segunda estrofa me quedé en blanco... no recordaba como empezaba... ¡qué apuros! Bueno, lo recordé pronto y recomencé la canción y la concluí sin más desastres.

Días después, un chico que había estado en la convivencia, me llamó y me hizo un encargo: componer una canción para una obra de teatro a representar el Jueves Santo, para el momento en el que el ángel le da a Jesús a beber del cáliz.

Se puede decir que es el caso de "tengo un tema para una canción" y es de esas que hay que trabajar. Así que me empecé a documentar: los Evangelios, al ser escritos por hombres son muy parcos en hablar de sentimientos, las descripciones de las escenas son muy frías y rígidas... y no me inspiraba nada. Así que me acordé de una mística, María Valtorta, que tuvo revelaciones directas del Señor sobre toda su vida, y me fui a la búsqueda del libro. Gracias a Dios, Internet es muy rico en materiales y descargas gratuitas y me descargué la parte del libro que trata de la Pasión, la leí y después, acudí otra vez a los Evangelios y oré con ellos... pero nada.

Fue una tarde de julio, a solas con mi guitarra, en la que ya salió una primera canción, tímidamente... "Palabras del Ángel".

Días después, por la noche, tenía en el cuerpo esa sensación de que "tengo que componer", es como si la canción estuviera aporreando en la puerta de casa y hasta que no le abra no me deja tranquila. Así que, cogí la guitarra y las primeras palabras de la canción, eran oscuras, como la sensación que tenía. Más adelante, me dí cuenta, que la canción no la cantaba el ángel, sino el tentador.... y por eso sentía en mí como una guerra de sentimientos, que quedó plasmada tras el estribillo ¡tremenda sorpresa!

Pasaron los meses. No encontraba el modo de comunicarme con las personas que me habían encargado la canción. Tras la Eucaristía de Envío de Catequistas de la Diócesis, conocí a gente que me facilitaron unos teléfonos para localizar a los que me habían encargado la canción y al llegar a casa, me encuentro el teléfono tan largamente buscado. Llamé y me llevé otra sorpresa: "¿Cuánto es?" Nada, les dije. Quedaron en llamarme para escucharlas y aún estoy a la espera. De esto hace ya dos meses.

Todavía sigo pensando cómo voy a cobrar un tiempo de oración. Yo lo he recibido gratis, entonces, como dice Jesús, lo he de dar gratis. Mis canciones no son mías, aunque sí son parte de mí, nacen como resultado de un tiempo de oración, o como una inspiración instantánea, nacen de un determinado estado de ánimo de mi espíritu. ¿Cómo voy a cobrar algo intangible? Me gusta oír a los demás cantar mis canciones (aunque a veces las "destrocen"), verles orar con ellas, emocionarse con ellas... Debería ser yo la que pagara por ser testigo de tantos sentimientos... y ojalá, de alguna conversión.